Otro niño más se sentó en su regazo, y le susurró de nuevo que quería por Navidad. Al poco tiempo, una sonrisa pícara y una mirada iluminada se ilusionó al coger el regalo que el señor gordo con barba blanca le daba. "Feliz Navidad ho ho ho" Y vuelta a empezar. Otro niño, más sonrisas, y más regalos. Dos horas más tarde todos los niños de centro ya habían pasado por las piernas del hombre. O casi todos. Un niño de unos 12 años que estaba en un rincón de la sala no había ido a pedir nada. Así que fue Papá Noel hasta él. Pero lo que el niño quería no se podía traer, ni comprar. Hasta el momento del cielo no se puede traer a nadie.
Con la mirada baja, Papá Noel se alejó sin poder hacer nada, que no fuese darle una abrazo al niño. Un cálido abrazo, sincero, que quizás era lo único que podía saciar la falta de amor de muchos años de soledad. De una vida vacía, con lágrimas, con algunas sonrisas fingidas que trataban de convencer a los demás de que era fuerte.
- ¿Sabes qué? Me ha llenado más el abrazo de un desconocido disfrazado que la comida que me darán esta noche.
Cada 24 de diciembre, todos los niños intentan sonreír pensando que quizás, el mejor día para que su vida cambie sea el mismo día en el que la magia aparece, o se crea. Mientras los niños piensan que un sólo hombre es capaz de regalar felicidad, otros descubren a los ángeles que cambian de un día para otro la vida. Dando un giro inesperado que comienza con un sonrisa, con miradas dulces o con un abrazo cálido, como en este caso. El mejor premio de Navidad es el amor, y si por amor se mide la riqueza, yo soy millonario
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